jueves, abril 27, 2006

Mujer, mar, viento y casitllo


Amanece en Atlántida
Originally uploaded by Enrique D'Ottone.
Hoy conocí a una mujer. Conocía su cuerpo, sus cabellos, la ternura de sus ojos, la dulzura de su voz.
Pero hoy la conocí a ella.
Así como todos hemos nacido con dolor, así con dolor nació este conocimiento.
Pero así como la maravilla de un recién nacido nos hace olvidar el sufrimiento, así la maravilla de este conocimiento me lo calmó.
A veces conocer a una mujer como ella, es estar a la orilla del mar, con una gran tormenta. El espectáculo es desgarradoramente hermoso, pero sus palabras a veces nos inundan, traban nuestros mecanismos y destruyen nuestras estructuras. Pero luego sale el sol y ese mismo mar-ella se encarga de sepultar los restos de lo que ya no sirve, para que todo se vuelva a construir, muchas veces más sólido y mejor que antes.

Otras veces es como el viento de Setiembre, ora calmo, tranquilo y arrullador, ora veloz, arrachado y violento; pero siempre inalcanzable, intangible.
Sabemos que está allí, lo sentimos; pero no podemos atraparlo, aunque hagamos el esfuerzo.
Sin embargo igual mueve nuestro molino, a veces suavemente, a veces con una fiereza capaz de destruirlo.

Otras veces parece un gran castillo, sólido y fuerte (por lo menos en apariencia). En algunas ocasiones, me baja su puente levadizo y me deja recorrer su interior, pero siempre quedan rincones ocultos, habitaciones cuya utilidad desconozco, espacios cerrados; hay patios claros y soleados y subsuelos oscuros y tristes.

Hoy la conocí.

Me gustaría poder dominar el mar, el viento, la tormenta; conocer el castillo hasta en su rincón más profundo.
Pero eso está vedado al hombre común. Y si por algún medio pudiera hacerlo no lo haría. Soy cobarde, me alejo de la orilla del mar cuando hay tormenta, freno mi molino si el viento es fuerte; temo recorrer algo más que el exterior del castillo, pese a que del foso alguien quitó los caimanes.

Tal vez es mejor así.

De esta manera me sigue gustando sentarme a la orilla del mar, dejarme acariciar por la brisa, contemplar la magia del castillo.
Pero ¿cómo preguntarle al mar si le gusta mecerme con sus olas?¿y al viento si le gusta mover mi molino?¿y al castillo si le gusta que descubran sus secretos?

No hay respuesta a estas preguntas. O por lo menos no hay palabras que las respondan. En todo caso, algunas sensaciones.

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